miércoles, 17 de diciembre de 2014

Texto escrito por mí: Yago Méndez.

Me gusta sentirme orgulloso del cabalgar del Cid campeador, el que sembró los suelos de aquellos lejanos años de fantásticas y maravillosas leyendas épicas. No había olvidado el increíble acto de amor que el magnífico San Isidoro de Sevilla había manifestado por su tierra, la tierra que ha sabido aportar luz al Viejo Continente como puerta principal de la Cristiandad europea. Es el viento de poniente, que desde que decidió soplar su verdad sobre todos los nobles pueblos que Roma fecundó, ha sabido crear un mundo repleto de belleza, con la fortaleza de estandarte y la libertad por bandera.


Es el pueblo que acogió con los brazos abiertos a franceses, alemanes, italianos, ingleses... La tierra que acogió a todos los cristianos en un trayecto que, como guía espiritual de Occidente, les empujó al extremo del mundo para contemplar la tumba del apóstol español. Es Santiago el Mayor, en la pura y fiel Galicia. Yo sigo pensando que fue la Providencia la que sintió que ese fuera mi nombre, aquella mi más sincera región, y ésta mi única e indivisible nación: Yago, Galicia, España. Está en el corazón.


El pueblo del que hablo, hijo de Roma, del mundo celta y el íbero, primogénito del sol, renegó de la esclavitud, le dio la espalda al odio. La gloria de la Virgen sembró, desde lo más hondo de la inmortal Zaragoza, un suspiro de espiritualidad serena, eterna, cercana. María, convertida en el Pilar, recorrió desde Aragón todos los rincones de España, y junto al Sagrado Corazón de su hijo hizo un pacto con el destino para protegernos de todo mal. Junto a Santa Teresa de Jesús, junto a Santiago, nos sumergió en la paz más infinita.


La vieja Iberia, la noble Hispania, nuestra querida España brilló sobre el orbe entero, más allá del mundo conocido, en la nueva India que vislumbró Colón. En la mezcla de razas, encontró una unidad idiomática sin igual, y de la diversidad logró alcanzar la universalidad más brillante. Que fue y es unidad de destino, ningún sabio lo puede dudar, lo dijo José Antonio, lo dijo Ortega. El pueblo que engendró a Cervantes, y que con su noble Don Quijote casi superó la profundidad sin igual que nos han legado las Sagradas Escrituras.


Es la nación de las naciones. Su influencia dotó al mundo de la segunda lengua más hablada, pero la más internacional. Que aunque el inglés sea la moda, la alianza entre el Viejo Mundo y el Nuevo sólo supo conseguirla en plenitud la belleza del español. Hasta Portugal, parte inicial de su esencia, envuelto en cruel envidia terminó renegando de sus grandezas, y caro lo ha pagado. El mundo anglosajón no ha podido con ella, ni el centenario odio francés. Ni Cataluña ni Vascongadas son capaces de negar su verdad. Portugal consiguió dar la mano a la mentira, aunque aún la Península Ibérica, todavía España no había alcanzado la mayoría de edad. Pero ahora, después de tantos siglos, imposible caer en la falsedad.


Eres tú, España, gran producto del destino, enorme creación de Dios. España, tan atacada y vilipendiada, tan negada por las modas, la ignorancia, por una falsa tradición. Negada por la envidia, por el prejuicio, por costumbres denigrantes. Yo te defiendo, hoy, mañana, como siempre lo he hecho. Yo te defiendo con valor, en un entorno hostil, en tiempos de vacío, de relativismo, de apatía, de decadencia. Yo, contra todo pronóstico, te defiendo desde mi alma, porque tú, tú España, eres parte de mi interior.

¡España! Ayer, hoy, siempre.

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