viernes, 20 de febrero de 2015

III. Aportación propia.

Por el idioma español, el idioma más bello que el mundo nos ha regalado, la lengua de las lenguas, la más importante de las formas de comunicación verbal y escrita que existen. El español, nacido de los aires occidentales de la Vieja Europa, ha sabido con maestría y en honor a su hermosura asentarse a lo largo y ancho de todo el orbe. Presente en Europa, en América, Asia, África, imposible no ser majestuoso al haber sido el vehículo, la esencia, la misma y más pura sustancia de nuestra ejemplar y dignísima nación española. Porque sólo las grandes cosas, los grandes valores y los altísimos propósitos son despreciados por la envidia, la ignorancia y el patetismo de las gentes que no saben estar a la altura de las más puras verdades. Y quien dice odiar a España -que no hace más que odiarse así mismo en un ejercicio de auténtico masoquismo-, y por ende a su rica lengua autóctona, no podrá jamás derrumbar el muro del mejor espíritu que Dios ha creado mientras sigan existiendo personas que sigan creyendo fielmente en lo que de verdad importa. Deplorables independentistas catalanes, vascos y demás, sectarios a más no poder, llevan siglos intentando destruir lo indestructible. Y pongo y deseo seguir poniendo la mano en el fuego a que nunca, JAMÁS, lo conseguirán. No mientras un puñado de personas rectas continuemos luchando contra ello. Nunca lo consentiremos.

Que viva España y su sublime lengua, la lengua de Cervantes. ¡Qué viva!

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