martes, 3 de febrero de 2015

Eterna.

Lo que está claro es que lo español, la hispanidad, el espíritu nacional, es digno hijo de Occidente y el Cristianismo. Último suspiro de poniente que fija su mirar más allá de las aguas atlánticas, primer gran guía de los navíos que han forjado nuestra principal civilización, el continente europeo. Madre de naciones, matriarca del orbe entero, su interior todavía se haya perdido en el confín de los tiempos, en los lejanos y misteriosos albores del mundo que, tras infinidad de idas y venidas, de épocas de serenidad y de continuos trompicones, de paz eterna y excitantes sobresaltos, nos envuelve en el día de hoy en nuevos universos de claroscuros, sombras impactantes y luces destellantes. Pero es en el mundo de hoy en el mundo en el que, tras milenaria trayectoria histórica, la nación de naciones, todavía acosada por sus terribles adversarios, continúa firme en pie, viento en popa a toda vela, si me permite licencia Espronceda. Un mundo de relativismo e incertidumbre, pero en el que todavía la esencia indestructible del alma genuinamente española continúa presente en el interior de un sinnúmero de corazones anónimos, unidos todos ellos en una maravillosa universalidad, que conecta la libertad individual con la conciencia colectiva como pueblo de la nación triunfadora de Occidente. Plus ultra, querida España. Más allá de todo mal, sobre ti descansa la verdadera grandeza. Viva.

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