Para
defender la nación española no es necesario basarse en una Constitución
inamovible, ni defender la centralización absoluta del estado, se puede incluso
no creer en la idea de estado tal como está establecido. Para defender la idea,
la identidad, la esencia de España, basta con echar la mirada al pasado,
observar nuestras particularidades, nuestros logros, la belleza literaria de
nuestra lengua, nuestro carácter mediterráneo, nuestra cultura en definitiva.
No es necesario nada más para defender la nación, para defendernos a nosotros
mismos como pueblo. Y es que lo que es, es, y no hay más. Punto y final.
La hispanidad
recorre el orbe, lo rodea de punta a punta, influyendo desde las costas de
California -españolísimos nombres los de ciudades como San Francisco o Los
Ángeles- hasta los mares del Lejano Oriente, en donde en Manila los apellidos
de origen castizo y las iglesias católicas reinan por doquier. La hispanidad ha
sido una de las cinco realidades metafísicas y culturales -junto a la
anglosajona, la francesa, la germana y la itálica- que han constituido el
Occidente tal como lo conocemos, constituyendo un orden social en el que
progreso, ansia de conocimiento, humanismo, racionalismo y cristianismo han
hecho que Europa sea la guía de los pueblos, la esperanza de las
civilizaciones. Una entidad, Europa, que jamás debe sucumbir bajo la amenaza de
deleznables grupos salvajes y sádicos, que desprecian el amor, la tolerancia y
la diversidad, que desprecian el orden, la ley, la libertad, la igualdad, la fraternidad...
es decir, todos los valores que han servido de sustento a nuestro continente
desde sus etapas más primigenias hasta los últimos tiempos.
Acabaremos, sí,
acabaremos con estos grupos terroristas maniqueos, dogmáticos, incultos, burdos
y demás adjetivos de toda índole... España, Europa, jamás sucumbirán ante el
odio del islam, su tradicional enemigo, frente a los valores que el
cristianismo ha dotado a Europa, y que la hecho la guía espiritual del mundo...
Y de vigía de la vieja hija de Zeus, en el espolón -citando a Franco- del
continente, al correr del más lejano viento de poniente, se encuentra España
con honra -la frustrada España que imaginó el gran Prim- realizando con orgullo
su milenaria tarea, la de bastión incuestionable de la pureza del catolicismo,
haciendo frente desde lo más extremo del Viejo Mundo a todas las adversidades
que pudieran penetrar en el interior de nuestra noble civilización.
La España
grande, única, libre en plenitud, no es el producto artificioso realizado por
el más soviético, materialista, constructivista de los hombres. No es el
producto de un consenso masivo y democrático, no es la consecuencia de la
imaginación de un lunático, ni el engaño hecho por los poderosos para someter
al resto de los mortales. España, por mucho, MUCHO que les pese a los
catalanistas, vasquistas y demás interesados, es una realidad empírica,
tangible, pura y verdadera. No es el producto de lo que una mera decisión
parlamentaria notifique, sino la simple y mera consecuencia de una trayectoria
y un devenir que la han forjado a base de nobilísimos valores, ya sea por
azares del destino -muy seguramente- o incluso por mera casualidad. España,
influencia en toda la América del Sur, tras descubrirla por entero, imperio del
Caribe, tierra del Quijote en la cual, por aquellas eras, casi imposible era
vislumbrar la puesta del sol, tu misión y visión continúan.
Y para rematar, unos versos de José
Antonio:
''Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo
alto, las estrellas, Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en
vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría
de nuestras entrañas.''